jueves, 26 de abril de 2007

2

La quietud de la noche se ha apoderado del templo. Cada una de las sacerdotisas duerme profundamente y los pasadizos permanecen oscuros y vacíos. Sólo una sombra se atreve a interrumpir esa calma perfecta. Justine camina apresurada, dando pasos largos e intentando hacer el menor ruido posible. Sus pies muy blancos van tocando descalzos cada una de las baldosas que llevan hasta el cuarto de enfermería. Está completamente segura de haber escuchado a Providencia llamarla mientras intentaba conciliar el sueño en su habitación, al otro lado del patio.
Cualquiera podría pensar que Justine se habría quedado dormida por un instante y aquella voz que había escuchado únicamente la llamaba dentro de sus propios sueños puesto que nadie más la oyó, ni siquiera aquellas madres que descansaban cerca a la cama de Providencia. Pero Justine sabía que aquél llamado era real, tan real como el dolor helado que subía por sus piernas, entumeciéndolas y dándoles un color azulado a medida que se acercaba a la puerta que la separaba de su hermana. La abrió muy despacio. Dentro, el ambiente era más cálido. Las enormes ventanas estaban todas cerradas. En el centro, en una cama metálica, estaba Providencia. Su figura pálida parecía perderse entre tantas sábanas y colchas blancas. Dormía, pero su rostro tenía una expresión de intranquilidad. Justine tocó su frente. Estaba hirviendo. Aquello no era un buen síntoma.
Justine decidió despertar a la madre Lux. Juntas encendieron un par de velas y prepararon un té de hierbas para bajarle la fiebre. Cuando la despertaron, Providencia apenas parecía reconocerlas. Tuvieron que cambiar sus ropas llenas de sudor. Justine nunca se había sentido tan asustada ante la enfermedad.
-Si sigue así de mal tendremos que traer a un gishna.- susurró la madre Lux mientras acercaba el borde del plato hasta los labios de Providencia, quién bebía confundida. Con la sensación de mirar al resto desde dentro de un sueño.
- Si me deja, yo voy ahora mismo a Gishmara, madre.
-Está nevando con demasiada fuerza. No verías más allá de tus pies.
- Pero no podemos dejarla morir. No estoy dispuesta a...
-Yo no estoy dispuesta a perderlas a ambas!
La madre Lux acercó su cabeza a la de Justine, pegando su frente a la de ella. Sus manos arrugadas cubrieron el rostro lloroso de la joven.
- Ten calma, la medicina la ayudará a pasar esta noche. Mañana veremos qué hacer.
Providence se paró sobre la cama y se quedó inmóvil observando algún punto no identificable del techo. Por más que intentaron recostarla de nuevo permanecía tan tiesa como un juguete de madera. Un par de horas después ella sola volvió a echarse y a cubrirse con las mantas. La madre se había quedado dormida a su lado en una silla estrecha. Justine rezaba a la diosa para que dejase de nevar.
Cuando la madre Lux abrió los ojos, ella ya se había ido.

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